Mejor pedimos
- S.M.
- 3 ago 2019
- 2 Min. de lectura
Hoy vuelvo a cocinar. Será algo sencillo porque no me siento segura después de tanto tiempo, pero hecho con mucho cariño hacia comensal, la única razón que me movilizo siempre para calzarme el delantal. Preparo todos los ingredientes en la mesada, técnicamente hablando la “mise en place” como me enseñaron en los cursos. Pongo la sartén a calentar a fuego bajo y rompo los cuatro huevos de la receta. Yemas y claras explotan contra el fondo del bol y las cascaras chocan entre si bailando en la bacha. Empiezo a batir durante cinco minutos, hasta que los huevos se espumen bien, el secreto para lograr una buena textura.
La sartén ya está caliente y ahí va a parar medio pocillo de aceite. Todo está bajo control y lo disfruto. Pienso que debería haber hecho algo más sofisticado, mi amiga viene desde muy lejos a visitarme y se lo merece. Fui una tonta en creer que no iba a recordar como cocinar. La realidad es que hay cosas que una vez que se incorporan no se olvidan jamás.
Sal, ajo y perejil picado se suman a la mezcla de huevos. También la pimienta que compré para la ocasión. Corto el paquete y le agrego una buena pizca. Me quedo inmóvil aún con la tijera en la mano, tan instintivamente como la había agarrado. Era como él me había dicho que tenía que abrir los paquetes después de toda una vida de arrancar la punta con los dientes.
El aceite empieza a oler a quemado y suena el timbre. Rápidamente sartén, aceite, botella de aceite, jamón, queso, cascaras, paquetes de condimentos y tijera se sumergen y nadan en los huevos ya sin espuma. Escondo el bol en un lugar aun vacío de la alacena y atiendo a mi amiga en el portero eléctrico.
-Hola, ¿cómo estás? Había pensado en comer pizza, ¿subís y la pedimos o bajo y vamos a la pizzería de la vuelta? ¿Qué preferís?
P.W.
Comments