Los dioses, Dios, D10s.
- S.M.
- 2 dic 2020
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Los dioses surgieron como respuesta a todos aquellos fenómenos que por incomprensibles no podían ser controlados, y eran susceptibles de ser temidos. Los pueblos que los padecían descubrieron que una figura símbolo del fenómeno, resultaba ideal para canalizar sus voluntades y que dicha figura podía obrar en su favor. Ese dios entonces, era nada más ni nada menos que toda la energía de un pueblo enfocada en un objetivo específico. Se sucedieron los rituales de adoración, que intentarían facilitar el proceso de canalización de la energía, sumándole materialidad en forma de ceremonias y hasta sacrificios del pueblo en pos de ese fin.
Evolucionando junto con nosotros, los dioses que nacieron desde los más elementales: el sol, la lluvia, el trueno, se complejizaron en seres como Osiris, Zeus, Marte hasta llegar al Dios definitivo, el judeocristiano.
Con el Renacimiento, dos hechos alterarían este equilibrio milenario para siempre. En primer lugar el desarrollo científico y en segundo el encuentro entre aquel Dios definitivo y hasta entonces absoluto con otros dioses como Quetzalcóatl y Viracocha. Este salto en el conocimiento supuso una destrucción progresiva de los pedestales de temor e ignorancia sobre los cuales se erigían los dioses y sobre todo, Dios.
Se conformó la nueva realidad contemporánea que, presentada en forma de fenómenos resueltos y expuestos con datos duros e irreversibles, se convertía en apabullante y demoledora. Paradójicamente o no tanto, comenzamos a extrañar nuestra ingenuidad de tener y creer en dioses. Ya no nos sentíamos insignificantes ante la duda, sino ante la acumulación de certezas. El temor se convirtió en angustia. Más que nunca se hizo necesario a la vez que imposible tener a alguien por encima de todo eso nuevo comprensible, un dios, que pudiera remontar esa situación irremontable, que pudiera dar al menos una esperanza cuando todo lo material, lo certero, todo lo que sabemos, se nos presenta en contra.
En este contexto, hubo un pueblo que sufrió la peor de las desgracias que un pueblo puede sufrir: ser violentado, saqueado, vejado por quienes se supone deberían cuidarlo: su propio Estado y sus representantes, incluyendo a muchos de los que aun hablaban en nombre de aquel Dios definitivo, ya un vestigio vacío del original. Un pueblo que como corolario de ese cruel proceso fue entregado a otro Estado, de tradición imperial y colonizadora, en forma de cientos de jóvenes mandados a morir.
Este pueblo necesitaba y tal vez deseaba más que ningún otro a un dios. No el Dios definitivo o lo poco que quedaba de él, sino un dios nuevo, uno que no se sustente en el desconocimiento de la realidad sino que la pueda comprender, superar y torcer en favor del pueblo. Sólo un dios podía curar a ese pueblo de la humillación a la que había sido sometido interna y externamente. Y para lograrlo, ese dios sólo podía adoptar una forma.
El futbol, deporte heredero de los épicos combates entre grandes bandos, que había inventado y exhibía con orgullo aquel Estado imperial y colonizador, era a su vez la pasión más popular que tenía ese pueblo, quizás la única alegría que le quedaba.
Con la potencia de manejarse con una destreza absoluta, nunca antes vista en ese ámbito, de entre las entrañas de ese pueblo surgió un hombre que, como ya había sido relatado en el pasado, era un hombre capaz de ser dios. Propio del destino fantástico los dioses, a ese pueblo se le dio la chance del desagravio, en ese contexto, contra ese Estado, en su juego, con ese hombre. Y en la disputa ese hombre deslumbra y les gana, con la mezcla exacta de picardía y habilidad que caracteriza a ese pueblo, su pueblo. Con esa victoria lo levanta y reivindica aquellos jóvenes que habían muerto sin razón. Y a todos los demás pueblos que habían sido sometidos por aquel Estado imperial y colonizador.
La energía de ese hombre, que era la de un pueblo, pudo además reivindicar a otro pueblo también humillado y sometido por el norte en su país, metáfora del mundo entero, logrando no solo defenderlo, sino llevándolo a lo más alto. Mientras, combatía a los poderosos también fuera del campo de juego, empezando por la propia institución que controla al futbol, aun cuando era susceptible de ser castigado por ello. Porque su destino no era demostrar la habilidad con la pelota, que solo era un medio, él había sido fruto de toda la energía de su pueblo para luchar contra aquellos que lo someten, y en un mundo manejado por ellos, su destino era ser rebelde. Ya sea en forma de pequeñas pero precisas acciones revolucionarias, o frases incisivas que apuntaban directamente a defender a los débiles. Él se sabía consecuencia de su pueblo y no se dejó convertir en un trofeo de los poderosos.
Y no hay nada peor para quien lo tiene todo que un dios que no se deja comprar, ni siquiera poder tener un dios propio que le haga frente. Entonces ellos apelaron a lo único a su alcance, comprar miserables que siempre están de oferta y acostumbrados a nadar en la miseria, para con sus voces intentar exponer los errores de ese dios. Resulta ridículo ya que ningún dios en la Historia se caracterizó por su perfección, si es que algo así exista en algún lado. Sobran los relatos de dioses abusando de sus poderes o el mismísimo Dios excediéndose en crueldad. Eso es parte del destino trágico inherente a cualquier dios, no resulta fácil ni gratuito moverse en el mundo terrenal con toda la energía de un pueblo a cuestas.
Lo que caracteriza a los dioses es cargar y utilizar toda esa energía recibida para llevar adelante el designo de sus pueblos. Y Maradona lo hizo.
Por eso es D10s, un dios de verdad, no figurativo ni “con errores” como le bajan el precio aun los que lo acotan para defenderlo. Un dios pleno, con todo lo inherente de cualquier dios, su costado trágico, su fortaleza de y para el pueblo. Quién sabe cuántos siglos más van a pasar hasta que surja un nuevo dios, somos dichosos de haber sido contemporáneos a su forma física y que, como todos los dioses, nos deje su lado espiritual, el más fuerte de todos, para concentrarnos en esa energía y pedir en favor de los pueblos eso que después se llaman milagros.
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